sábado, 25 de junio de 2016


DOS SUPER DOS


La otra noche estando en mi casa después de ver el Inglaterra-Eslovaquia (para mi la Euro no deja de ser un sustitutivo cutre de la liga, unos malos chicles de nicotina) me puse a hacer zapping y, oh ventura divina!, como por arte de birlibirloque en uno de los canales apareció de repente un trozo de mi infancia: Bud Spencer y Terence Hill repartían sonoras bofetadas y estruendosos capones, rodeados de una pandilla de maleantes con sombrero buscavidas y camisa de picos que esperaban pacientemente su turno para ser torteados, y ejercían su derecho a participar del espectáculo, con bufonescos ataques indefectiblemente condenados a acabar en galleta to take away. Todo ello aderezado con una estridente música inequívocamente italiana que terminaba de dar el toque cómico a la situación.

No puedo negar (ni es mi intención) que la película me mantuvo enganchado hasta el final, momento en el que me tuve que levantar para ir al espejo y comprobar que las entradas que flanquean mi peinado old school seguían allí, o que mi cara no se había poblado del acné traicionero, azote de esa edad en la que los días pares se acaba el mundo, mientras que los impares surge la primavera en todo su explendor.

Efectivamente, ver esta pieza de arte mayor del celuloide me retrajo a una época en la que consumía cualquier película en la que aparecieran estos dos gigantes de la pantalla. Las disparatadas situaciones en las que se veían envueltos eran para mi el mejor de los planes de una tarde cualquiera. Sin embargo, a toro pasado y dándole vueltas al tema me di cuenta del truco: en realidad todas y cada una de las películas eran la misma. Bud y Terence se pasan los 90 minutos tramando argucias y artimañas dirigidas a desquiciarse mutuamente, aunque en el fondo todos sabemos (ellos saben) que estan condenados a compartir un mismo plan. Se necesitan y se complementan. Y entre equívocos de vodevil e ingeniosos chascarrillos,estaban los malos, tipos cuya única razón de ser era la de darle un contexto a las locas aventuras de nuestros dos amigos. Eran la comparsa y lo sabían. Y lo aceptaban con resignación, volviendo una y otra vez a por su dosis de mano abierta jaleados por las carcajadas del televidente. Al fin y al cabo la película no estaba pensada para ellos, sino para los dos galácticos del mamporro que en la década de los 80 entraron en  nuestras casas y en nuestros corazones a partes iguales.

Ya falta menos para que de comienzo una nueva entrega de la liga de fútbol profesional. Y como en cada edición, la prensa deportiva, los comentaristas de la Euro, y los programas de la tele dejan ver un adelanto de que asistiremos otro año más a un nuevo sainete protagonizado por nuestros dos inefables Bartomeu Hill y Florentino Spencer. Una nueva obra plagada de cómicos desencuentros entre ambos y de jugarretas de ida y vuelta que, sí o sí, acabarán en golpiza para los 18 fulanos desaliñados que les acompañan y cuya única finalidad será la de hacer de comparsa para nuestros dos particulares enemigos íntimos. Dieciocho actores secundarios conscientes de que la película no está pensada para ellos, y que domingo tras domingo volverán a saltar al campo como si nada para recibir su aluvión de collejas y ser blanco de los ardides y fullerías más hilarantes jamás imaginadas.

La última superproducción de los Estudios Tebas está en marcha. Si pensaban que títulos como Y si no, nos enfadamos, Más fuerte muchachos, o Quien tiene un amigo tiene un tesoro eran parte del pasado, sientense delante del televisor los días de partido u hojeen el As y el Sport entre los meses de agosto y mayo. Puede que recuperen sin esperarlo un trocito de los mejores años de su infancia...


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