lunes, 29 de agosto de 2016

DE GATOS Y LEALTADES


El gato Klaus vagaba por el fondeadero de Gotenhafen cuando fue reclutado para formar parte de la misión del Bismarck, interrumpir la línea de aprovisionamiento que cubren los convoyes que zarpan de Nueva York rumbo a las islas británicas. Al gato Klaus la política le trae sin cuidado. Las inquietudes existenciales de este felino no van más allá de conseguir un cuerpo a cuerpo con alguna gatita cuando surge la ocasión, y de llevarse algo a la boca para poder hacer después la digestión dormitando la mayor parte del día. Estos bichos son así; no entienden de alianzas, tratados, ofensivas, contraofensivas, y demás polladas que nos quitan el sueño (y a veces la vida) a los monosapiens.
El gato Klaus se hace a la mar ignorante de que dos días después tendrá a toda la Royal Navy detrás suyo importunando sus siestas con una lluvia de proyectiles de 360 mm.

El 27 de mayo de 1941 el acorazado Bismarck, prodigio de la marina alemana, es enviado al fondo del Atlántico Norte tras ser perseguido y dado caza por la marina británica. De los 2.200 hombres que formaban su tripulación solo 114 se salvan. 114 y el gato Klaus, que es encontrado flotando en una mampara empapado y con más frío que verguenza. Los Tommys se apiadan de sus maullidos lastimeros y el gato Klaus pasa a formar parte de la tripulación del HMS Cossack.

En su nueva casa flotante no se vive mal. De vez en cuando lo despiertan las estridentes sirenas que llaman a zafarrancho, y el gato Klaus debe andar vivo si no quiere ser aplastado por el caos de personas que entonces aparecen corriendo de un lado a otro. Fuera de estos momentos puntuales, se despereza en el interior de una caja de fruta y se pasea por las cocinas a ver que es lo que puede pillar. El gato Klaus está contento en su nuevo hogar. Lleva una vida apacible hasta que a los cinco meses un torpedo alcanza al HMS Cossack, matando a 159 hombres y abriendo una enorme vía de agua que mandará tres días después al barco a dormir con los peces. El gato Klaus se salva de nuevo.

El nuevo destino donde le lleva la azarosa vida a nuestro ya querido felino es el HMS Ark Royal, un portaaviones de la Royal Navy donde pese al ruído de los Hurricane que aterrizan y despegan a todas horas, no se está mal del todo. Hay mucho espacio para corretear y observar escondido los movimientos de estos humanos locos, que no paran de moverse de un lado a otro y de gritar como si en ello les fuera la vida. Nuestro gato crucerista tiene la convicción de que este sí que es su hogar después de tantas tribulaciones. Se equivoca. A los veinte días un torpedo disparado desde el U81 alcanza la línea de flotación del Ark Royal y lo manda a pique. A las pocas horas un barco de socorro acude al lugar y encuentra al gato Klaus flotando en una canasta. El alto mando británico se conmueve con los devenires del minino y decide retirarlo del servicio, desmovilizándolo y concediéndole un tranquilo retiro en la residencia de marinos de Belfast.

Dos partidos. Dos. En ninguno de ellos se ha sido capaz de ganar, cierto. Los dos eran recién ascendidos, cierto. Por eso ahora surgen entre nuestras filas personas que cual gato Klaus, abogan por cambiar de navío y se rasgan las vestiduras pidiendo la cabeza del almirante que durante casi cinco años ha llevado nuestra nave a mares y oceanos que nunca antes habíamos imaginado. Hemos plantado cara (en algunas ocasiones incluso hemos hundido) a poderosos buques de línea que nos triplicaban en tamaño, arsenal y presupuesto. Nuestro capitán ha conseguido que el pabellón rojiblanco sea respetado en toda Europa. Ha desterrado el miedo de nuestra nave, sustituyéndolo por el orgullo. Nos ha convencido de que hay que luchar cada batalla como si fuera la última. Nuestro capitán no negocia el esfuerzo. Nuestro capitán no hace prisioneros.

Estos gatos Klaus tienen por ello un problema serio de amnesia retrógrada. Han olvidado en qué barco están. Ya no recuerdan de qué puerto zarpamos, y mucho menos cuando año tras año éramos relegados a chascarrillo y chiste de oficina los lunes después del derby. Han olvidado que además de ser barco, hemos sido también pecio. Conocemos el fondo. Sabemos a qué sabe porque hemos vivído en él durante dos largos años. Desprecian la lealtad. Escupen sobre el amor. Vomitan estadísticas, números y cifras reduciendo un sentimiento de 113 años de historia al número de tiros a puerta efectuados en 90 minutos.

No los necesitamos. En esta tripulación no hay cabida para cobardes cuya mayor preocupación es saber en qué dirección soplará el viento mañana. Pueden mudarse de una nave a otra, y acabar sus días secos y tranquilos en alguna residencia de viejos marinos quejándose de que cualquier tiempo pasado fué mejor y de que la pastillita que le dan para dormir bien por las noches no hace su trabajo. Siempre habrá alguien dispuesto a izar la bandera y a permanecer hasta el último momento en el barco. Aunque falten provisiones. Aunque la prensa, las televisiones, el Comodoro Tebas y otros barcos de mayor calado nos cañoneen despiadadamente y sin descanso. Y cuando nos hundan, si es que al final llegan a conseguirlo, que no deje de tocar la orquesta; disfrutaremos juntos de los fondos marinos. Y que se condene mi alma si os doy cuartel...

Atleticos hasta el final. Antes morir contigo que vivir con otro.